Mi nombre es Aura Cristina Martínez, tengo 21 años y viví con las religiosas de María Inmaculada diez años de mi vida. Soy oriunda del Municipio de Valencia Córdoba, tierra de gente hermosa y pujante, capital mundial de la papaya. Llegué al Hogar Vicenta María con nueve años de edad, les mentiría si utilizo la frase “llegué con una mochila de sueños” porque en realidad dejar a mis abuelos, a mi hermana y mi tierra, me dio duro emocionalmente y superarlo me costó casi tres años.
Cuando llegué al hogar realmente me pareció muy bonito, aunque era muy estricto, sólo faltaba escuchar las llaves de la Hermana Beatriz por las escaleras para que todas fingiéramos estar dormidas.
La escuela de primaria quedaba aquí mismo en el hogar, ahí me gradué de quinto de primaria, recuerdo que solo eran tres profes, la profe Edith, la profe Juli y la profe Yeimy, aunque la Fundación San Antonio enviaba algunos días de la semana otros profesores.
En ese tiempo adaptarme al hogar me costó un poco, pero si lo recuerdo quisiera revivir muchos momentos, como lo fueron las pijamadas en este mismo espacio donde nos encontramos, el paseo a Cici Aquapark, las salidas a teatro, museos o la primera vez que vi la clausura de los centros Redes.
Hace 10 años atrás, no había celular en el hogar, los espacios de entretenimiento eran la ludoteca, la sala de televisión y la cancha, sin distinción de edad jugábamos todas, realmente esa parte de mi infancia fue muy feliz. Actualmente muchas cosas han cambiado, a excepción de Aracely ella sigue aquí firme como un roble.
El bachillerato lo estudie como todas las niñas en el colegio Policarpa Salavarrieta, al igual que muchas tuve mi etapa de rebeldía, no me proyectaba a futuro solo terminar el colegio y esperar que pasaba. Cuando llegué al grado noveno me empezaron a gustar las ciencias sociales y un interés particular por problemas como la pobreza, desigualdad, derechos humanos, aunque era poco lo que sabía del tema. El país vivió el histórico momento del plebiscito por la paz y esto me empezó a generar interés.
En once me prepararon para el Icfes y para elegir la carrera que quería estudiar. Fue un año de muchas decisiones y mucha presión, lo que eligiera sería mi futuro más próximo y así fue, terminé el colegio académicamente muy bien y en el Hogar pasé de ser de una niña rebelde a una joven con aspiraciones profesionales.
Como quería una profesión en Ciencias Sociales se me presentó la oportunidad de estudiar Trabajo social. En todo ese proceso las hermanas siempre me orientaron, la señora Olga me ayudó a todo dar en buscar las posibilidades en una universidad y mi mamá como siempre ahí presente para todo.
En el 2019 ingrese a estudiar Trabajo Social en la Fundación Universitaria Monserrate. En mi primer día de clases no dormí la noche anterior, tenía nervios, era un nuevo ambiente, no sabía si podía, pero siempre decía, “asumí esta responsabilidad y tengo que cumplirla, yo no puedo quedarme atrás”.
Pasé a vivir a la Residencia María Inmaculada (RUMI) y siempre lo diré, fueron mis mejores años antes de la pandemia. Con mis compañeras, que algunas están aquí, otras ya se fueron, nos sentíamos el alma de la residencia, la felicidad cuando estábamos juntas se notaba en nuestro rostro y siempre dispuestas a colaborar en todo, pero llegó la pandemia y nos tuvimos que ir. Recuerdo el último fin de semana que estuve con ellas, no pensé que después de eso con algunas no me vería más, ni mucho menos que ya no seríamos el alma de la residencia. La pandemia nos movió al medio virtual, volví a mi pueblo ya no de vacaciones sino a vivir dos años con mis abuelos. Al principio me dio duro adaptarme al cambio, pero luego empecé a disfrutar de su compañía.
Estando en esa modalidad quise tirar la toalla en quinto semestre, sentía que ya no podía, vivíamos un momento de paro nacional, los jóvenes estamos siendo protagonistas de muchos cambios sociales, y Aura pues sentada en un computador recibiendo clases, pero siempre había algo que me hacía seguir y seguir, a pesar del cansancio, a pesar de que veía que nunca acabaría todo lo que pasaba, yo seguía ahí, fui muy resiliente me adapté a la situación y solo pensaba en que me faltaba poco y que tenía que seguir, tenía un compromiso con mi proyecto de vida, con mi mamá, con las hermanas y con la Fundación San Antonio, ya que era
beneficiaria del programa de becas para estudiantes. Recuerdo mucho que Yoalberth nos decía ¡vamos muchachos, ustedes pueden! Nos recordaba siempre lo afortunados que éramos o somos de estudiar becados, pero también nos recordaba el ser agradecidos, de él siempre tengo muy presente eso. Pasó la pandemia, volví a la presencialidad y bueno aquí estoy cursando mis últimas dos semanas de la carrera de Trabajo social.
Si hoy tuviera a la Aura de hace 10 años, le diría que nunca deje de llorar porque eso fue lo que me hizo fuerte, aunque se separó de su familia, hoy ellos están orgullosos de la mujer en que se ha convertido. Le diría que su mamá nunca fue mala por llevarla a un internado de monjas, todo lo contrario fue la mejor decisión y que eternamente le estará agradecida. Le diría que tendrá que ser responsable, asumir retos y compromisos con su vida, que llegará tropiezos, que tendrá que aguantar regaños, le diría que la vida no es ir a jugar a la ludoteca, pero que todo le enseñará a defenderse, que las hermanas o Aracely no son malas, ellas solo se preocupan por su bienestar y por la mujer que será más adelante.
Le diría que a sus 21 años de edad será una Trabajadora Social, que amará su carrera, que le encantará la investigación social y que tendrá un corazón al servicio de los demás, que a sus 21 años asumirá el reto de ser madre y que Marcelo se convertiría en la luz de su vida, que ese pequeño hombrecito lo amara desde su primer día de vida y le dará mucha más fuerza para seguir cuando sienta desfallecer, que aunque renegó de Dios muchas veces y se cuestionaba su existencia, él le demostró por medio de muchas personas en 10 años que el existe y que su amor está en todo el que se acerca a mi con las mejores intenciones.
Hoy solo puedo sentir gratitud con Dios y la vida por ponerme aquí, aunque ya no viva en la casa este siempre será mi hogar, hoy no me avergüenza decir que me terminaron de formar religiosas, porque les debo gran parte de lo que hoy soy.
A la fundación San Antonio, agradezco hacer realidad una de las bases más importantes de mi proyecto de vida, agradezco su servicio a la sociedad en especial a la niñez y juventud. A la señora Olga por la orientación vocacional que me brindó, hoy tiene una colega y la Señora Mercedes Copello que me brindó un empujoncito iniciando cuando lo necesité. Detrás de esta Aura Cristina están muchas personas que confiaron en mí, aunque yo no lo creyeran siempre me vieron enfocada en mi futuro, unos días claros otros días inconfuso pero siempre echando para adelante.
Hoy puedo decirle que si tengo una mochila llena de sueños, termino un proceso muy importante para mi vida, pero siento que debo iniciar mil más, llevando siempre por delante los valores y la enseñanza que esta casa me brindó, estando siempre al servicio de los demás con mucho amor como aquí me lo inculcaron.
Soy otra Joven que me uno al lema de nuestra Santa “Las chicas han triunfado”.
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